Categorías
Textos Gran Fuga

Presentación del autor

Saludo a las autoridades y al público (especial referencia a algunos que han venido desde lejos tan sólo para este acto -como Daniel Quintero-).

Agradecimiento al Instituto Municipal del Libro, al que simbolizo en su Director don Alfredo Taján que, con su siempre escaso presupuesto hay que ver la que organiza; desde un prestigiosos premio de novela a uno de ensayo y desde unas jornadas sobre vampirología y literatura (sospecho que a él le habría gustado ser Nosferatu), hasta actos como el de hoy. La arquitectura es, primordialmente, el arte de generar espacios con sentido, pero huérfanos de él acabarán estando los edificios públicos si no los completa el hacer del hombre; este lugar, este espacio, adquiere un sentido más intenso con actos como los que organiza el Instituto, porque la vida es también esto y de manera muy importante.

Agradecimiento a José María Parreño, por sus palabras. Aparte del afecto y de su sabiduría en el mirar, aprecio siempre de él sus saberes heterodoxos, en suma, su libertad espiritual.

Hoy tratamos de un libro que intenta trascender su propia circunstancia de cosa para aspirar a convertirse en obra de arte en sí misma; tratamos de un libro de artista. Un poema, un largo poema, unos grabados y, al fondo de todo, descarnada música, una obra del sonido compuesta desde el más absoluto de los silencios. Beethoven. Los llamados “últimos cuartetos”, no hacen concesión alguna a modos amables de la belleza ¿para qué? ¿a quién tenía que agradar el músico de Bonn ya para entonces? Es en esa profunda soledad en la que nace Gran Fuga, a la que Eugenio Trías ha llamado “ese cefalópodo inmenso en su grandeza y sublimidad, verdadero Polifemo…”

En ningún caso hoy nos podría acompañar el músico pero ¿y el poeta, dónde está el poeta? Como dice su amigo José Antonio Muñoz Rojas, “Alfonso está ahí en su casa con sus libros, en su vida, en su poesía…”.

El libro que hoy presentamos, este mismo acto, es –por encima de cualquier otra cosa- un homenaje a su obra. Y no olvidemos que, como escribiera Manuel Alcántara un libro es un objeto sagrado.

Ahora, Alfonso Canales está reponiéndose de un doloroso episodio de su vida familiar, intentando acostumbrarse a un más alto grado de soledad.

Pero tampoco es exactamente así porque hay una soledad acompañada, a la que se refería nuestro Quevedo cuando en su conocido soneto nos dice:

Retirado en la paz de estos desiertos
con pocos, pero doctos libros, juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

El propio Alfonso Canales, mirando los estantes de su biblioteca y observando los libros, tan quietos, escribió:

Si yo no los asisto, no lucirá su vida:
son como largas venas de mineral hundido,
como grutas secretas o subálveas corrientes;
como bellas durmientes del bosque de los días, soñando unas pupilas que besen sus palabras.

Y es que el poeta, el verdadero poeta, el pastor de las palabras, nunca está ausente. Donde estén sus versos y haya unos ojos que los miren, allí está él y, de ese modo, Alfonso Canales está hoy con nosotros.

Un autor profundamente malagueño, con todas sus raíces en esta tierra, a la que sabe unida, en línea de no rota tradición, con muy diferentes culturas. Su obra la hemos de iluminar con la mediterránea lámpara de aceite de la lengua griega y la latina; con su amplio conocimiento de la filosofía de Grecia y de los versos de Ovidio, Horacio, Virgilio y tantos otros.

Pero ¡ay! quizá debamos aclarar en este punto que hablamos de una Málaga oculta (o, al menos, ocultada); de una ciudad discreta que ama las flores y el mar, que es consciente de su pasado industrioso y marítimo, y de haber sido lugar dulce de vida por miles de años. Y es que esa ciudad, más callada, existe; aunque a veces la otra, ruidosa hasta el estruendo, no la deje aflorar. ¿Por cuánto tiempo aún?

Hacia 1970, Alfonso Canales hace balance de su vivir (Mediada es la carrera / y el confín se columbra, se adivina / la ruptura con todo. Nos dirá). Piensa en Beethoven, en sus cuartetos, en su descarnado decir a cuatro voces. Así será el poema, tanto que tomará su nombre Gran Fuga. A música pura, pura palabra; decir, sin más.

Nací a la poesía con este poema. Gran Fuga me invadió. Pudieron haber sido otros versos, pero fueron estos. Algunos de ellos se convirtieron en inscripciones lapidarias en mi mente y así supe pronto que: Es un látigo el tiempo, que nos fustiga desde / dentro y golpea y desbarata en ciernes cualquier insinuación de pedestal… Supe también que: A estas alturas, novedad es algo / que por algo se trueca. Y que: algo (nuevo) / se siente siempre amanecer, por mucho / que vivamos.

Supe que algún día ese poema y yo acabaríamos encontrándonos en un claro del bosque del espíritu, un poco más allá de la lectura. Y el tiempo me ha sido dado. Los colores y las formas lo han hecho posible y así como el poema tiene una clara vocación musical, también la tienen mis grabados. Cuando la pieza ya ha sido interpretada se repliega hacia sí misma, hacia su silencio en la partitura. Lo mismo hace el poema tras ser leído, que vuelve a su palabra durmiente y estos grabados, a su manera, están todos contenidos en el último, en su apuntada estructura sin color; solo unos ojos que los miren le darán vida, en pleno diálogo con ellos.

Pero un libro es una obra colectiva y un libro de artista, más aún. Desde la difícil estampación (mi obra, tan precisa, es el terror de los estampadores, que me odian) hasta la no menos complicada impresión con tipos móviles en los pliegos que, previamente, habían sido estampados, sin olvidar la esmeradísima encuadernación que una obra de estas características requiere. A ello unan ustedes la dificultad de ciertos materiales, que si la tintada del lino egipcio no es la misma en todas las piezas, que si el papel indio hecho a mano de las páginas de guarda se arruga con la cola… por eso debo citar, con agradecimiento, a Paco Aguilar y Christian Bozon, maestros estampadores, a Paco Cumpián, impresor que continúa la gran tradición malagueña y a Maria Isabel, encuadernadora de exquisita paciencia.

No quiero tampoco dejar de citar al director cinematográfico Gabi Beneroso, cuya obra podrán ustedes ver a continuación y que con postomoderna sensibilidad ha creado un caleidoscópico retablo, un palimpsesto visual de alta belleza y pleno de sentido. Mi agradecimiento a él y a su equipo.

Y a todos ustedes también por haberme escuchado con tanta atención.

JOSE MANUEL CABRA DE LUNA